jueves, 15 de agosto de 2013

DE LO INMENSO A LA PROFUNDO

La eterna diatriba entre el victorioso placer de vivir y la sofocante derrota de existir, el sempiterno conflicto heredado por las entrañas desde las afueras de uno mismo, la lucha cuerpo a cuerpo, a través del espejo,  de tu ser contra tu ser, de tu ser contra lo desconocido. Esperanza contra desasosiego, maniqueísmo que corre desbordado por las arterias de la razón y la sinrazón, en una búsqueda perpetua a la respuesta definitiva. De lo inmenso a lo profundo. En algún lugar está la virtuosa conciencia de saber resistir.


De lo inmenso.....


I

Oscuridad


¡Oh, noche antigua de los tiempos!,
tu lóbrega oscuridad de nostálgicos recuerdos
encumbra mi adormecido espíritu de sal
a lo más profundo del deseo humano.
Y sólo tú me conoces
y me guías por mi senda de edades ciegas
con poderosos fanales de luz absoluta.
Y allí me refugio en el presente,
y allí lloro mi pasado,
y allí el mañana me atemoriza.
Pero te deseo y tú lo sabes,
porque sólo tu tez morena
apacigua mi cansado espíritu de sal.


II

Locura


Bendita seas tú, locura del alma mía
entre todos los quehaceres mundanos,
entre todas las invenciones divinas,
allá en el cielo de mi ser,
donde todo se hace libre y puro.
Y ven a mi ahora,
ayer,
mañana,
siempre.
Porque tu susurro agasaja mis entrañas
cuando me abordas con tu implacable osadía,
y me rindo a tus pies,
y duermo en tus pies.

III



Eterna burlona de la penitencia del alma.
Tú, la que da incansablemente sin apenas recibir.
Tú que te derramas sin cesar sobre el mortal
que cae en tus redes de vida.
Nunca olvidaré la mañana,
la tarde,
la noche.
Nunca olvidaré tu olor,
tu fuego,
tu sonoro silencio,
tu grito en la tierra,
tu aliento inmortal.

Perecen mis amamantados luceros
si la luz del mundo no te enseña a mi.
Y por ello mi alma se revuelve contra la certeza
de la existencia que este mundo me ofrece impávido.
Y la disputa perpetua contra la anquilosada existencia del ser
socava poco a poco la escuálida moralidad mía.
Y me muero por tu mirada de ternura,
de infinita ternura en un mar agitado.

Y tú, eterna burlona de la penitencia del alma,
regresa a mi profundidad,
que allá la impaciente espera por tu retorno
hacen del tiempo una eternidad llena de esperanza.
Y la esperanza es la asombrosa capacidad del alma
que hace del camino un aletargado paseo al atardecer,
cuando la paz te enloquece,
y ya todo se vuelve absoluto y sereno.


IV

Vida
(en agradecimiento al dios de las buenas cosas)

Impetuoso regalo de vida eterna.
Sueño encubierto de platónico deseo alocado.
De la nada apareciste como brota el agua de la roca.
De la roca surgiste como agua de manantial helado.

Si ahora tú quieres, que yo lo deseo,
llena mis venas de savia de la nueva vida,
derrámate sobre mi piel, ahógame en tu mañana..
Y no dejes que yo te toque, que sería pecado.
Y deja que yo te toque, que quiero la condenación mundana.
Y deja que me condenen por ti, amor mío.
Y deja que me embriague tu pasión desenfrenada.
Que quiero ir al infierno por ti,
para llenar sus tinieblas con la luz de tu mirada,
para decir a sus inmortales moradores que asciendan a la vida,
que nazcan de nuevo a mirar la luna que enseña tu palabra.

Ya no te quiero a mi lado, doliente soledad inerte.
No necesito tu compañía, grito quejumbroso de la pena.
Adiós a tu presencia, luz efímera de la tristeza.
Ahora es más liviano el castigo de la vida terrena.
Porque estás a mi lado, porque te tengo cerca,
Y que todo el mundo se calle que el silencio así lo ansía,
porque ahora le toca a él hablarme de ti eternamente.
Y quiero verte siempre, y quiero oírte siempre,
Y quiero hablarte siempre, y quiero sentirte siempre.

V



Siempre vuelves de regreso
por el mismo camino de dulzura,
pero yo soy pasto de la sorpresa cada día,
porque cada día sueño con volver a tocarte,
y la confirmación se hace gloria
cuando te beso tu pelo aromado.
Desde tu efímero éxodo cotidiano
yo me recojo en mis ansias,
y te sueño otra vez, allí,
en tu sonrisa celestial.
Y mientras el mundo descansa su tiempo,
tu vuelves envuelta en rocío
para que mi sedosa piel de enamorado
derrita el agua de tu cuerpo,
la que beberemos tras el amor.
Y ebrios de pasión en agua pura
dormiremos en la luz de la vela,
cuando ya nada importe.

...a lo profundo.


VI

Despedida

Días ajenos a la vida triste de mis ojos
añoro desde la atalaya de mi corazón.
Quisiera volver adelante y crearme a mi mismo
dejando a un lado la lujuriosa capacidad de dañarme.
Nada me importa porque ya no importo,
porque quedé aislado de la cordura,
porque abandonado, regreso cada día a mi ser.

Mis deseos quedaron al margen del camino que andáis,
que andamos, que caminé con despropósito.
Y derrotada mi ansia por la locura de sobrevivir al destino,
ya nunca intenté sobrevolar desde la profundidad del abismo mi pasado.

Ahora me entrego dichoso a la felicidad que descorazona el alma,
navegando entre arrecifes que chocan incesantemente sobre mi quilla.
Se abre mi espíritu en dos, luchando por siempre entre sí,
recordando lo olvidado, olvidando lo vivido, cercenando lo deseado.

Ya nada importa, porque yo no importé a la nada,
porque me olvidaron en alguna parte del río,
porque mis despojos fueron ajados por un tiempo imperecedero.

Aquí me quedo, abriendo mis ojos en la oscuridad para ver oscuridad,
para imaginar lo inimaginable y dolerme tanta ausencia acumulada.
Aquí reposa ya mi enternecida melancolía por lo que no existió jamás,
por la mentira del mundo, por mi descorazonador anhelo.

Vuelvo a la profundidad del alma a escribir epitafios descontrolados,
para no ver como crece este mundo del que me exiliaron,
del que me desterraron, del que me extrañaron.


VII

Quimera

Ha anochecido entre el frescor divino rompiendo en mi rostro,
y he dormido mi cuerpo.

Acotado por un tálamo de esparto y romero,
mi mente quiere dormir su vida en un estremecido susurro del cielo.
Extremidades acompañadas del peso del mundo
decaen entre los límites del cuerpo.

Y sueño no soñar nada
porque soñar un gesto de ensueño
despierta a mi alma la pesadilla de lo real
de lo vivido, de lo cierto.

Y mientras duermo mi cuerpo ungido
juro por mi conocimiento
que ya nunca volveré a dormir mi alma
que ya siempre estaré despierto.
Que solo encontraré mi calma
cuando sólo duerma mi cuerpo.


VIII

Desesperación

Circunvala mi estereotípica calamidad
la soga de la resentida duda que aclama el desconsuelo.
Pero quiero gritarle con mis venas encendidas
para que ahuyentada por mi iracunda soez,
devuelva mi espiritualidad a la calmosa tierra.

Oh, terrorífica mente que no descansa.
Olvídate de pensar, de sentir, de colmar la nausea con más despropósitos.
Eres fiel saeta que atraviesa la dignidad.
Eres arma arrojadiza de los infernales quebrantos.
Eres, tú eres mi peor vástago, mi inquisidora compañera.

¿No conseguiré jamás desprotegerme de tu brazo de fuego?
Nunca más volveré a alimentarte de mi corazón,
maldita razón hecha añicos.
Nunca.

Deja de sobrevolar mis anhelos,
De pintarlos en grises tonalidades que los hacen silencio.
Deja que yo me acuerde de ellos y ría.
Déjame, alma mía, te lo ruego.


Lloviznosa entre soleadas quimeras aparece,
y sabiendo perturbar mi disciplinada paciencia
arremete como si nada contra la cándida esperanza.

Duros golpes franquean aquí y allá mi rostro
ensangrentándolo con el arrepentimiento y la libertad truncada.
Duros golpes sondando la vida única que derrocho.
Duros golpes pertrechan el olvido que hago de mí.

¿Y la sonrisa, cabe ella en todo esto?
Vacilona surge de mi boca pero me río de la sonrisa,
de su inocente banalidad para engañarme,
de su absurda y efímera autocomplacencia.

Locura encastrada en el corazón,
devorando a poco el todo de mi nada,
destrozando inmisericorde la juventud que ya se fue.
Locura del alma mía, locura.

XIX

Contemplación

Semicírculo en la ventana de esta humilde habitación
muestra cómo es el exterior sin ti.
Verde, rojo y amarillo. El azul ya es gris.

Rayo de sol mortecino que atraviesa el cristal,
rumbo a mi pecho ausente,
no encuentra más que la nada.

Huérfano de ti se derrumba el cielo entre lágrimas,
porque no se soporta el horizonte si el hálito tuyo.

Pesimismo entre mis venas,
sangre a borbotones de mis ojos,
crueldad sin fin entre la  marabunta de gente.
¡Oh Dios mío! ¿Cuándo acaban las condenas
que impones, que determinas al azaroso destino?
Olvídate de mí, que yo lo haré contigo.

X

Final

Luz que agoniza en mi vela desprotegida
señala el fin de la hora exacta.
Adiós grita encerrado en mi cuerpo,
mi corazón desilusionado.

Antes provisto de una lanza de acero
mi cuerpo cae atravesado al suelo por el tiempo.
Espada en ristre defiende sus dominios
antes que la locura derrote al miedo.
Pero ya no hay tiempo,
se ha extinguido el campo de batalla,
se ha desnudado a los muertos.

Una cigüeña alada busca entre los estertores del milenio
a su hijo desprotegido en el cesto.
¡Se lo llevó la mentira!
le gritaron los muertos.

La estéril nimiedad del conflicto interno
desborda la carestía de la supervivencia en el cielo.
Y allí están mis ojos, buscando un aliado fiel.
Otra mentira para mi bolsa,
otra muerte para mi muerto.


Texto publicado en la obra "Pilar de las Indias. 20 autores de Zalamea la Real"

jueves, 6 de diciembre de 2012

NOCHEBUENA EN LAS INDIAS

-Llénalo tú. Yo tengo varios y tú solo traes uno. Tendrás prisa.
Jeremías había esperado, como en los últimos años, hasta última hora de la tarde de tan señalado día para dirigirse al pilar en busca de agua. No quería que la jornada se le hiciera larga e intentaba mantener ocupado el mayor tiempo posible.
Hasta el sol parecía haberse querido retirar antes de tiempo, como si le esperaran en casa para comenzar la opulenta cena astral. Y con su repliegue, como queriendo contribuir a realzar la magnificencia de la cita, había dado paso al control de la oscuridad por parte de la colorista luminotecnia que pendía de las balconadas del pueblo.
El silencio del lugar tan solo era roto con el retumbo que producía el llenado del cacharro, que a medida que iba saciando su sed, el cosquilloso sonido se hacía más agudo y más penetrante. Pronto el rebose por la embocadura de la garrafa indicaba el final de la operación de llenado. Era hora de correr a casa. La cena estaba sobre la mesa.
-Gracias Jeremías, ya casi no llego.
Sara portaba de vuelta a casa, sobre un grueso paño blanco postrado sobre su cabeza, un enorme cántaro que pronto daría de beber a sus hermanos en la cena de Nochebuena. Para sus padres quedaría algo de licor. Para todos, alguna copilla de anís pasado el postre. El aguardiente se reservaba para alguna visita posterior al oficio religioso de la noche, cuando su casa se llenara de otros familiares en busca de un lugar común de reunión donde compartir una buena conversación, risas, algún que otro canto, y sobre todo, el calor que ofrecía la familia en tan hogareña jornada.
Sara se había demorado en su tarea y ya se le hacía tarde. Había estado correteando con sus amigas por las calles del pueblo, riendo, y chillando, y cantando, algo que parecía ya impropio para su edad. Pero era de entender. Cada año, en esta fecha, se impregnaba cada esquina de la localidad con un desarrollo casi irracional de la felicidad. El júbilo, ora contenido ora extremo, gozaba del albedrío de las gentes. Era Navidad.
La celeridad del paso en su vuelta a casa apenas duró unos metros. De repente paró su caminata. Volvió la vista atrás. Los últimos rayos del horizonte aún le permitieron ver la silueta de Jeremías postrado sobre el pilar, adecuando la boca de un botijo al chorrito de agua que manaba del manantial. Sintió algo de lástima. Se arrepintió de haberla tenido. Pensó.
Jeremías hacía algunos años que había quedado solo. Una fatalidad lo había condenado a prescindir del cariño de los seres más queridos. Y Sara sintió tanta tristeza en aquel momento como Jeremías el día en el que el destino le mostró la condena de la soledad.
-¿Has olvidado algo?¿El corcho del cántaro?
Jeremías casi intuía la reacción de Sara con su vuelta. La celeridad de su salida a casa contrastaba con la parsimonia en su vuelta al pilar. Sabía que no volvía por un olvido, sino por alguna palabra que le ofreciera sosiego a la tristeza que estaba sintiendo. A través de una extraña empatía, aquel joven sabía que su efímera acompañante de Nochebuena volvía para consolarlo de alguna manera. Y acertó.
-Eeeeh…a mi padre no le importará que cenes esta noche con nosotros….y mi madre….bueno, mi madre seguro que ha hecho comida demás. Pensaba que vendrían a cenar los tíos y al final no los esperamos hasta más tarde. ¿Vendrás?
Jeremías había sentido el calor de sus vecinos desde siempre. Y la noche de Nochebuena, ya fueran por los motivos que fueran, aún más. Pero las palabras de aquella niña lo llenaron de gozo, hasta el punto de generar en sus impertérritos ojos una venturosa lágrima.
Realmente Jeremías no necesitaba ninguna compañía aquella noche, porque era igual que la anterior y sería igual que la siguiente. La soledad ni le entristecía ni le apenaba. Era su compañera de camino. Había logrado convivir con ella después de pelear contra la nada. La soledad era él, y él disponía de ella a su antojo.
Jeremías había estado caminando toda la tarde por las calles del pueblo. Disfrutaba  observando cómo la Navidad se colaba en cada rincón. Las calles estaban a rebosar de gente realizando las últimas compras para la cena; el ambiente se impregnaba del olor de los guisos que adornarían la mesa en la noche; en el enorme Belén de la parroquia se colocaban las últimas ramas de mortiño y charneca. Había compartido tiempo con sus amigos. Había reído y había disfrutado. Su Nochebuena había comenzado mucho antes que la del resto. Y ya se sentía saciado. No deseaba nada más. No anhelaba nada más. No añoraba lo que la costumbre decidía para todos, porque él era dueño de su felicidad. Y era muy dichoso.
Sara no entendía aquello y quería acercarle a su mundo, al mundo de la realidad que ella había estado acostumbrada a vivir. Y si alguien está fuera de esa realidad, la tristeza ajena te embarga. Y a Sara, ver a Jeremías llenando cántaros y cántaros de agua en la oscuridad de esa noche la estaba desolando. No lo entendía.
Jeremías esbozó una resplandeciente sonrisa ante la actitud de su visitadora. Se sintió tan afortunado como el que más, como cualquier otro que en esa noche se sintiera arropado por cientos, por miles de seres queridos ante una mesa repleta de generosas viandas. Aquella Nochebuena se alimentó con las palabras que le ofreció aquella niña.
-Tus padres te estarán echando de menos, Sara. Ahora debes ir con ellos que la noche lo requiere.
Sara amagó de nuevo. La tristeza aún no la había abandonado. Convencida de que aquella Nochebuena no sería feliz sin la presencia de Jeremías, de nuevo balbuceó las primeras palabras. Jeremías le sonrió.
Paradójicamente era la niña la que parecía no ser feliz en aquel momento, cuando se disponía a gozar de la compañía de todos, cuando la Navidad aparecía como cada año en forma de suculenta cena alrededor de una mesa con los suyos. Y Jeremías, aquel muchacho que se encontraba sin nadie, sin más compañía que su soledad, se sentía tan dichoso como el que más. Los papeles cambiados dentro de la lógica. Pero la lógica pierde valor cuando se enfrenta al corazón. Y Jeremías desbordaba toda lógica.
-Gracias Sara. Esta noche ya me has hecho feliz.
La niña sintió que Jeremías decía la verdad, que sería realmente feliz aquella Nochebuena. Sintió que sería feliz como cada noche que se apoyaba en el quicio de su puerta y escuchaba el murmullo del pueblo.
No mediaron más palabras. Sara le devolvió una sonrisa de complicidad. Giró con destreza, sin derramar una gota de su cántaro, y volvió sobre sus pasos a casa. Volvía feliz, deseando encontrarse con los suyos y satisfecha de dejar a Jeremías con sus pensamientos. Su soledad no era tan desdichada. Sabía que tenía a la gente de su pueblo que velaba por él.
-Sara! Gracias!
Ya iba por el tercer cántaro. A lo lejos, comenzó a escuchar los primeros villancicos de la Nochebuena. De nuevo sonrió.

Primer Premio "Cuento de Navidad" Ayto Zalamea la Real. Año 2008

miércoles, 8 de agosto de 2012

ELOGIO A LA ENTRAÑA

Una huida de fuera hacia adentro, desde los confines hasta lo absoluto, desde lo externo a lo interno, desde lo vasto a lo entrañable. Somos la tierra que nos ha visto nacer y crecer, la que nos ha visto llegar y partir, la que nos ha alimentado con las riquezas que tiempo ha legado para todos. Aquí una ligera semblanza de lo que somos y sentimos. Raíces y alas, que diría Juan Ramón.

Alas...

I

Sur
(apología del sentimiento andaluz)

Al sur yo miraba atónito cuando la luna encontré,
cuando el mar estaba en calma y la tierra del revés,
y el espíritu de la noche se hizo presente a su vez,
cuando la luna lloró conmigo y la tierra volvió a su ser.

Ay mi sur del alma,
tierra de castigo,
de penas y alegrías,
de paz y griterío,
de sol a sol y luna luna,
de sudores inmerecidos,
de seres de alma grande,
de corazón enmudecido.

De tu encalada alma en pena
hablo contigo en el monte.
De tu razón de ser, de tus entrañas, 
de tu espíritu sin reproche.
Del aliento de la brisa marina,
del alto trigo y de sus sudores.
Y me quedo contigo a reír, si
y tu ríes conmigo la noche.

Y me dices desde el silencio
como tu solo podrías decir,
que la vida encontró a la vida
en la tierra del Guadalquivir.
Y ahora me voy tranquilo
porqué ya tu agua me ha saciado.
Y me ha refrescado la vida
y ya de ti no me he olvidado.

II

Mar antiguo
(a la orilla de la vieja y salina Onuba)

A tus pies de sal yo me postro solemne,
oh mar eterno.
En tus orillas de perdido  tiempo interminable
me estremezco por tu presencia inmortal.
Y a ella me someto para siempre,
mientras mi edad pasa inadvertida.

En tu lejano horizonte antiguo
observo el paso de la memoria,
la que ilustró la mortalidad del hombre.
Y allí imagino tiempos pasados.
Y sueño la soledad de tus aguas.
Y duermo en el brillo mortecino de tu luna.

En la lejanía navega sin deriva el último navío,
rumbo al firmamento de la existencia.
Y mientras tus aguas me tocan lentamente,
me convierto en la definitiva estatua de sal.

Y ahora ya me uno a ti, oh mar antiguo,
mientras tu espumosa ola de gélido rostro
me derrota en mi batalla final,
y me ahoga los temores del mundo.

Y tu aroma de poderoso recuerdo
me transporta a noches de pasión,
cuando tu arena pintó cuerpos desnudos en la noche,
y tu brisa de suave caricia
apaciguó mi cálida piel de enamorado

III

Mina
(al país de Sísifo, que diría Montseny)

Oscuro destino del hombre nuevo.
Allá en el útero de la madre tierra busco la comida de mi sangre,
busco y encuentro siniestra a la señora de la guadaña con su afilada presencia.

Desde la profundidad del cielo
escucho el grito cobrizo del hombre.
Y quiero bajar a sacarlo.
Y quiero gritar su nombre, para que el mundo sepa, dónde su suerte de esconde.

Y pasan los años y los días,y pasan los meses y las horas.
Y queda la roca y la vida,y queda la muerte y la sombra.
Y queda la casa mía sin la presencia de tu palabra rota.

...y raíces.

IV



Blancos recuerdos en la tarde,
luna moruna, sol sempiterno,
encina alada, cigüeña nívea,
calles de piedra y olor a romero.

Verde campo, azul mañana,
torre de guardia, campanas al viento.
Vida y muerte, hasta el infinito,
gentes a las que yo quiero.
Me voy ya para morar mi casa,
amigos, me voy cantando al pueblo.

V

Manguara

Volcán en erupción eres, ardiente efluvio, al caer en el minuto de grueso trasero.
De tu calor el alto grado soporta el hombre su mezquindad
ahogando en tu liquido elemento su destino.

Alambicada es tu fina hierba en tórridas encinas maceradas,
manos sutiles de mi polvo te inventan entre serpentines y calderas.
Con la sedosa emulsión del manantial pardo te cortejas
derramándote entre frascos del más grato Fierabrás.

Ardiente jugo de transparente rostro fiero,
enamorado del agua fresca de las Indias tu blanco es más blanco,
tu carne es más tierna, mi apetito, altanero.

Mis lágrimas ya no salan mi mejilla cuando incineras mi garganta,
cuando abrevas mi cuerpo, cuando acompañas mi tarde.

Para el anglo agua de hombre, para el hombre agua de mayo.
Para mi gente, tarde de sosiego, para mi sosiego, una manguara hermano.

VI

Añoranza

Callejuelas de cientos, mil historias ingeniadas
dibujan tu perfil al viajero.

Me da igual tu galana presencia en días desesperados,
entre nubarrones grisáceos y cenicientos,
entre soles de hierático perfil de altura,
entre árboles que abrazan mi tedio.
Me da igual si no te tengo.

Querer quiero quererte siempre cada segundo del universo,
en tus callejones tenues vivo, en tus pilares blancos bebo,
en tu torre pétrea imploro, por tu gente pura muero.

VII

De las Indias

De las Indias, indiano, tú desacaloras los cuerpos laborados de mi tierra.
En entrañas terrenas concebida, fina hebra de vida desorbitada
derramas al barro del piporro tu fresco aliento de profundidades,
cuando la vespertina caricia del mundo cae sobre tu corona encalada.

Enclavado en conversaciones absolutas a la espera del turno pacífico,
deportas a los pies del Cabezuelo tu flujo entre  bocas de metálico gesto,
engalanando el viento con un susurro aromado de mestranto y poleo
cuando los hijos de salomea se rinden ante tus pies helados por el tiempo.

De las Indias, indiano, me regalas mi rostro enjuto entre tus faldas de cristal,
cuando miro el abismo de tu cuenco de zapateros y renacuajos provisto.
Cuando jocosa la mano ingenua  derrama la sed entre tus límites de piedra,
enredando sus largos dedos entre el verde limo nacido al sol de primavera.

Mil jofainas probaron de tu lisonja helada tras mil siglos estelares,
albergando alcarrazas de ilusiones, cántaros de cabeza en alto,
vasijas henchidas a la cintura bajo el abrazo de su amo.

De las Indias, indiano, naciste para crecer mi casa,
surtiendo en años miles la semilla de la artesa de la montaña.
En ti, manantial de vida, ya nada me falta.
De las Indias, indiano, me ofrendas con tu noble agua.

VIII

Zalamea

A gentes curtidas al raso de la mañana
huele tu esencia, tierra mía.
Naciente tu soberbia en  arenal de altura,
vuelas hasta lo hondo de la rivera,
vadeando con juicioso aspaviento
naranjales y albercas remotas.

En redondeados paseos sosiegas el día
a la sombra de tu ÍGOGANS misterioso,
siempre certero con su saeta de reseña evaporada a los cuatro vientos.

Granjeas sed en las grietas de la tierra,
rompes grilletes de escoria arzobispal,
señoreas la barba imperial del hijo de Yuste con rúbrica libertaria.

Ah Zalamea, de tus cigüeñas aladas alardeas en la tertulia del cielo,
de encinares belloteros adehesados por los siglos,
de tus verdes campos surcados por acémilas de hierro,
de tu agua de fuego embarrada en gargantas rotas,
de tu  dulzura hospitalaria en auxilio del forastero.

Y en tu vida, solo un sueño, Zalamea, de cien siglos anhelado:
Azarosa la letanía sacra procura la onomástica para enero,
entre cuervos protectores y rastrillos de dolor inmenso.
Extramuros cuelgas medallas de seda en mil colores trenzadas,
sobre ungidos gaznates investidos en oliva santa.
Cerosa tus calles en piadosas noches tenues,
arrancan del silencio un grito orante en pío corazón labrado.
Almas de hierba verde aderezadas en melosa jara blanca,
corren los Pocitos al derramarse mayo.
Y yo vuelvo  a quererte siempre, subido al altozano,
bajando la fontanilla, durmiendo en tu regazo.


Publicado en "Pilar Nuevo. 20 autores de Zalamea la Real". Año 2011.

miércoles, 15 de febrero de 2012

AUTO DE FE

Contexto

Zalamea del Arzobispo. Año del Señor de 1485. Han pasado más de dos siglos desde la toma de Sevilla por las huestes de Fernando III el Santo. La religión lo envuelve todo y nada ni nadie escapa al control del Santo Oficio.
Persecuciones y castigos, torturas y martirios: la espada de Damocles pervive impertérrita sobre las testas de musulmanes y judíos, de cristianos nuevos y de extranjeros. Nada ni nadie escapa de las garras de la Inquisición. Ninguno de nosotros está a salvo de ser acusado del peor de los pecados en esta época oscura: la herejía.
Los pupilos de Santo Domingo de Guzmán tienen en sus manos la vida de aquellos que moran en las localidades por donde pasan, por donde son reclamados por Familiares del Santo Oficio ante la incesante duda que sobrevuela sus almas. Y en Zalamea la duda se cierne desde hace tiempo. Un significativo grupo de Padres Dominicos, con el Abad Romualdo al frente, se ha desplazado desde el norte hasta Zalamea alertados por el Familiar en el pueblo. La tarde se oscurece con sus negros hábitos.
Pero en este pueblo sigue la fiesta ante la inesperada visita de los Dominicos. A pesar del control de los reyes cristianos en la comarca, y de la imposición de una forma de vida por encima del resto,  en esta pacífica localidad las diferentes culturas que por ella pululan se desenvuelven con total tranquilidad, a pesar de algunos recelos emanados de las autoridades locales. Todos los lugareños y, algunos forasteros, acuden al mercado que para tal evento se ha dispuesto en las calles. Las carpas de juncias se difuminan entre jaimas y tenderetes. Huele a incienso y mirra, a alhucema y espliego. La miel de las brevas corre por los puestos de fruta y los niños corretean robando alguna que otra a sus dueños. El te ya está preparado y la hierbabuena invade el ambiente. Tropas del Regimiento local también andan por el lugar.
Suena una dulzaina y la darbuka. Una joven y bella gitana baila al son de la música. Todos se agolpan alrededor del espectáculo. De repente se abre un pasillo entre la multitud. Romualdo ha llegado.

Escena

Prior Romualdo: (gritando) ¡Ha llegado la hora de la purificación! ¡Arrepentíos todos del nefasto agravio al que estamos siendo abocados! ¡Arrepentíos, todos ante el Señor!

Dominico 1: (sigue el griterío) ¡Arrodillaos ante Dios, y ante lo que ya se avecina! ¡Arrodillaos he dicho! (la farándula se arrodilla en acto de contrición)

Prior Romualdo: ¡Penitentian agite, penitentian agite, hermanos! Ha llegado el día y la hora de la Purificación!

Dominico 2: ¡Zalamea acoge en sus entrañas al mismísimo diablo, y hemos venido a buscarlo! (griterío de terror en el pueblo, chillidos, maldiciones)

Villano 1 (Rocío): ¡Dios mío, sálvanos del maligno!

Villano 2 (Mamá): ¡Aaah, ya estamos condenados!

Villano 3 (Fernanda): ¡Padre (arrodillándose ante el Prior y cogiéndole la mano) Padre, somos temerosos de Dios, somos temerosos de Dios. Sálvanos de las garras de Satanás¡

Prior Romualdo: ¡Calla insensato! (empujando al temeroso villano). Aquí esta el Santo Oficio para hacer liviana vuestras penas. Hemos venido a extirpar las herejías tal como dispuso el Santo Padre Gregorio Nono. Y no nos iremos con las manos vacías.

Dominico 3: Ya está lista la hoguera. Solo debemos apresar al que hizo del pecado su sino. ¿Donde estás maldito? La justicia divina ya cae sobre ti.

Familiar del Santo Oficio: Todos sabéis de quién estamos hablando. El rumor corre desde hace meses por las esquinas de la villa. ¡No os acobardéis ahora o seréis inmolados con el culpable!

(En este momento todos se vuelven a levantar y comienzan a hacer acusaciones)

Lagarero: ¡Padre, el molinero, es el molinero! Por las noches su molino, en horas de sueño, siempre está habitado, y son muchas las villanas que por allí pasan. Es culpable de adulterio.

Molinero: ¡Y tú me acusas a mi! cuando en tu lagar se fabrican velas de color negro para quien todos sabemos, para sus fechorías nocturnas, para sus altares de la encina de la loca. No Padre, no miréis en la dirección opuesta, no a mi molino, sino al lagar.

(Los dominicos comienzan a murmurar entre ellos, en corrillo)
Curtidor: Si hermanos, todos sabemos quién entra y quién sale del lagar a los pies del castillo. Todos sabemos que las noches son tan largas y placenteras como lo son en el molino. Los dos Padre, los dos son culpables. Los dos a la hoguera.

Molinero y lagarero: (a la par) ¡Calla insensato!

Lagarero: ¿Y qué haces tú caminando por las calles en la madrugada? ¿Cómo sabes qué entreteje cada vecino de esta villa en su hogar? No esconderás algo oscuro tu también. ¡Maldita alcahuete!

Prior Romualdo: Callaos todos. Me enojáis aún más con vuestras mañas.  No he venido a perder el tiempo con disputas entre aldeanos. Y mucho menos cuando tengo premura para hacer justicia divina. ¡He venido a por el mismísimo Satanás!

Familiar del Santo Oficio: Y he aquí que nos ha querido visitar, excelencia.

(Se abre otro pasillo dejando a la vista a la bruja, a quién señala con su dedo índice)

Todo el mundo se escandaliza y comienza a murmurar. Los soldados  van rápidamente a apresarla. La bruja comienza a forcejear con los soldados que la flanquean.

Villano 1(M. Cruz): Ja, ja, ja. ¡Sabía que algún día arderías en el infierno, Bruja!

Villano 2(Rocío): ¡Alabado sea el Altísimo., que nos libra del terror de esta tierra!
Villano 3(Fernanda): ¡Muere Bruja, púdrete entre cenizas!

Bruja: ¡Nooo, Padre! (corriendo a sus pies) Clemencia a esta pobre mujer. No os dejéis llevar por el odio de estos que os rodean.

Prior Romualdo: Hija mía, (le coloca la mano sobre la cabeza y habla con voz sosegada) el Santo Oficio vela por tu bien y el de tus congéneres. La purificación será rápida. Dios está contigo.

Bruja: Padre de misericordia, por tus hábitos divinos, compasión para esta hija de Dios. Estos que me acusan me odian. Ah, a ti que te ahoga la envidia por no tenerme en tu regazo (señalando al Familiar, que al escuchar esto huye se esconde entre los villanos). Y vosotras, ¿qué sabéis de mí? Lavo en el manantial de La Florida como vosotras, y allí os escucho cuchichear sobre lo que anhelan vuestros maridos, lo que darían por estar en mi lecho. ¿Y así pagáis vuestras frustraciones, condenándome?

Lagarero: Confieso Padre que las velas que hacía tintadas de negro eran para ella, para sus malditos rituales oscuros. ¡Clemencia, porque tenía miedo de que me llevara el diablo si no aceptaba sus encargos!

Molinero: Y mi molino, padre, mi molino ha sido mancillado con la sangre de gallos muertos ofrecidos al Diablo. Me obligó a llevar a cabo allí sus sacrificios. Misericordia a la Orden de Santo Domingo.

Prior Romualdo: Silencio, no quiero más que silencio. (Todo el mundo calla. Murmura con sus huestes). El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición ha llegado a su santa deliberación. Tú, que haces de las noches el refugio del maligno, que llevas la herejía en tus malditas entrañas, tú que arderás por siempre en el fuegos eterno, limpiarás tus pecados ahora, en vida, ante todos. ¡A la hoguera!

Comienza la procesión hasta el cadalso. Abre el cortejo  Romualdo, que mientras avanza imparte la bendición a quines se le cruzan. Le sigue la soldadesca con la bruja, que no deja de excusarse; y cierra el séquito el resto de monjes dominicos.

Al llegar al cadalso se coloca a la bruja en la pira. Todo el mundo se retira ante el inicio de la ceremonia:

Prior Romualdo: IN NOMINE PATRIS, ET FILII, ET SPIRITUS SANCTI. AMEN. KYRIE ELEISON (responden los dominicos). CHRISTE ELEISON (idem) MISEREATIR TUI OMNIPOTENS DEUS, ET DIMISSIS PECCATIS TUIS, PERDUCATTE AD VITAM AETERNAM. AMEN. EGO TE ABSOLVO, IN NOMINE PATRI…..

Bruja: La bruja comienza a reír y a gritar: ¡ Ah, insignificante mortal¡ ¿Crees que tu hábito negro me da miedo? ¿Crees que tus medidas son propias de la venganza de Dios? Nunca podreis acabar con un espíritu libre con vuestras argucias. Ah jaja, que el fuego purificador se derrame sobre vosotros. Yo os maldigo a todos, jajá jajá.

La bruja desaparece con algún efecto mágico. Aplausos.

José Manuel Vázquez Lazo.
"Auto de fe" representado en las V Jornadas Musulmanocristianas de Zalamea la Real.