miércoles, 8 de agosto de 2012

ELOGIO A LA ENTRAÑA

Una huida de fuera hacia adentro, desde los confines hasta lo absoluto, desde lo externo a lo interno, desde lo vasto a lo entrañable. Somos la tierra que nos ha visto nacer y crecer, la que nos ha visto llegar y partir, la que nos ha alimentado con las riquezas que tiempo ha legado para todos. Aquí una ligera semblanza de lo que somos y sentimos. Raíces y alas, que diría Juan Ramón.

Alas...

I

Sur
(apología del sentimiento andaluz)

Al sur yo miraba atónito cuando la luna encontré,
cuando el mar estaba en calma y la tierra del revés,
y el espíritu de la noche se hizo presente a su vez,
cuando la luna lloró conmigo y la tierra volvió a su ser.

Ay mi sur del alma,
tierra de castigo,
de penas y alegrías,
de paz y griterío,
de sol a sol y luna luna,
de sudores inmerecidos,
de seres de alma grande,
de corazón enmudecido.

De tu encalada alma en pena
hablo contigo en el monte.
De tu razón de ser, de tus entrañas, 
de tu espíritu sin reproche.
Del aliento de la brisa marina,
del alto trigo y de sus sudores.
Y me quedo contigo a reír, si
y tu ríes conmigo la noche.

Y me dices desde el silencio
como tu solo podrías decir,
que la vida encontró a la vida
en la tierra del Guadalquivir.
Y ahora me voy tranquilo
porqué ya tu agua me ha saciado.
Y me ha refrescado la vida
y ya de ti no me he olvidado.

II

Mar antiguo
(a la orilla de la vieja y salina Onuba)

A tus pies de sal yo me postro solemne,
oh mar eterno.
En tus orillas de perdido  tiempo interminable
me estremezco por tu presencia inmortal.
Y a ella me someto para siempre,
mientras mi edad pasa inadvertida.

En tu lejano horizonte antiguo
observo el paso de la memoria,
la que ilustró la mortalidad del hombre.
Y allí imagino tiempos pasados.
Y sueño la soledad de tus aguas.
Y duermo en el brillo mortecino de tu luna.

En la lejanía navega sin deriva el último navío,
rumbo al firmamento de la existencia.
Y mientras tus aguas me tocan lentamente,
me convierto en la definitiva estatua de sal.

Y ahora ya me uno a ti, oh mar antiguo,
mientras tu espumosa ola de gélido rostro
me derrota en mi batalla final,
y me ahoga los temores del mundo.

Y tu aroma de poderoso recuerdo
me transporta a noches de pasión,
cuando tu arena pintó cuerpos desnudos en la noche,
y tu brisa de suave caricia
apaciguó mi cálida piel de enamorado

III

Mina
(al país de Sísifo, que diría Montseny)

Oscuro destino del hombre nuevo.
Allá en el útero de la madre tierra busco la comida de mi sangre,
busco y encuentro siniestra a la señora de la guadaña con su afilada presencia.

Desde la profundidad del cielo
escucho el grito cobrizo del hombre.
Y quiero bajar a sacarlo.
Y quiero gritar su nombre, para que el mundo sepa, dónde su suerte de esconde.

Y pasan los años y los días,y pasan los meses y las horas.
Y queda la roca y la vida,y queda la muerte y la sombra.
Y queda la casa mía sin la presencia de tu palabra rota.

...y raíces.

IV



Blancos recuerdos en la tarde,
luna moruna, sol sempiterno,
encina alada, cigüeña nívea,
calles de piedra y olor a romero.

Verde campo, azul mañana,
torre de guardia, campanas al viento.
Vida y muerte, hasta el infinito,
gentes a las que yo quiero.
Me voy ya para morar mi casa,
amigos, me voy cantando al pueblo.

V

Manguara

Volcán en erupción eres, ardiente efluvio, al caer en el minuto de grueso trasero.
De tu calor el alto grado soporta el hombre su mezquindad
ahogando en tu liquido elemento su destino.

Alambicada es tu fina hierba en tórridas encinas maceradas,
manos sutiles de mi polvo te inventan entre serpentines y calderas.
Con la sedosa emulsión del manantial pardo te cortejas
derramándote entre frascos del más grato Fierabrás.

Ardiente jugo de transparente rostro fiero,
enamorado del agua fresca de las Indias tu blanco es más blanco,
tu carne es más tierna, mi apetito, altanero.

Mis lágrimas ya no salan mi mejilla cuando incineras mi garganta,
cuando abrevas mi cuerpo, cuando acompañas mi tarde.

Para el anglo agua de hombre, para el hombre agua de mayo.
Para mi gente, tarde de sosiego, para mi sosiego, una manguara hermano.

VI

Añoranza

Callejuelas de cientos, mil historias ingeniadas
dibujan tu perfil al viajero.

Me da igual tu galana presencia en días desesperados,
entre nubarrones grisáceos y cenicientos,
entre soles de hierático perfil de altura,
entre árboles que abrazan mi tedio.
Me da igual si no te tengo.

Querer quiero quererte siempre cada segundo del universo,
en tus callejones tenues vivo, en tus pilares blancos bebo,
en tu torre pétrea imploro, por tu gente pura muero.

VII

De las Indias

De las Indias, indiano, tú desacaloras los cuerpos laborados de mi tierra.
En entrañas terrenas concebida, fina hebra de vida desorbitada
derramas al barro del piporro tu fresco aliento de profundidades,
cuando la vespertina caricia del mundo cae sobre tu corona encalada.

Enclavado en conversaciones absolutas a la espera del turno pacífico,
deportas a los pies del Cabezuelo tu flujo entre  bocas de metálico gesto,
engalanando el viento con un susurro aromado de mestranto y poleo
cuando los hijos de salomea se rinden ante tus pies helados por el tiempo.

De las Indias, indiano, me regalas mi rostro enjuto entre tus faldas de cristal,
cuando miro el abismo de tu cuenco de zapateros y renacuajos provisto.
Cuando jocosa la mano ingenua  derrama la sed entre tus límites de piedra,
enredando sus largos dedos entre el verde limo nacido al sol de primavera.

Mil jofainas probaron de tu lisonja helada tras mil siglos estelares,
albergando alcarrazas de ilusiones, cántaros de cabeza en alto,
vasijas henchidas a la cintura bajo el abrazo de su amo.

De las Indias, indiano, naciste para crecer mi casa,
surtiendo en años miles la semilla de la artesa de la montaña.
En ti, manantial de vida, ya nada me falta.
De las Indias, indiano, me ofrendas con tu noble agua.

VIII

Zalamea

A gentes curtidas al raso de la mañana
huele tu esencia, tierra mía.
Naciente tu soberbia en  arenal de altura,
vuelas hasta lo hondo de la rivera,
vadeando con juicioso aspaviento
naranjales y albercas remotas.

En redondeados paseos sosiegas el día
a la sombra de tu ÍGOGANS misterioso,
siempre certero con su saeta de reseña evaporada a los cuatro vientos.

Granjeas sed en las grietas de la tierra,
rompes grilletes de escoria arzobispal,
señoreas la barba imperial del hijo de Yuste con rúbrica libertaria.

Ah Zalamea, de tus cigüeñas aladas alardeas en la tertulia del cielo,
de encinares belloteros adehesados por los siglos,
de tus verdes campos surcados por acémilas de hierro,
de tu agua de fuego embarrada en gargantas rotas,
de tu  dulzura hospitalaria en auxilio del forastero.

Y en tu vida, solo un sueño, Zalamea, de cien siglos anhelado:
Azarosa la letanía sacra procura la onomástica para enero,
entre cuervos protectores y rastrillos de dolor inmenso.
Extramuros cuelgas medallas de seda en mil colores trenzadas,
sobre ungidos gaznates investidos en oliva santa.
Cerosa tus calles en piadosas noches tenues,
arrancan del silencio un grito orante en pío corazón labrado.
Almas de hierba verde aderezadas en melosa jara blanca,
corren los Pocitos al derramarse mayo.
Y yo vuelvo  a quererte siempre, subido al altozano,
bajando la fontanilla, durmiendo en tu regazo.


Publicado en "Pilar Nuevo. 20 autores de Zalamea la Real". Año 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario